sábado, 19 de marzo de 2005

Aventuras del Diván No. 57: Valle Nacional y un mar de nubes


Aventuras del Diván No. 57: Valle
Nacional y un mar de nubes

[Puebla-Tehuacán-Teotitlán-Valle
Nacional-Oaxaca-Huatulco-Cruz Grande-


Tierra Colorada-Iguala-Cuernavaca-DF]

Sábado 19 a lunes 28 de marzo de 2005.

 



Dí­a

Destino

Comentario

Sábado

Puebla

Federal
hasta Rí­o Frí­o y luego autopista.


      




Tehuacán

Plano
y llano.


      




Teotitlán

Primera
sierra. El mejor hotelito de $150.


Domingo

Tuxtepec

Paisajes
y verdor increí­bles.


      




Valle
Nacional


Ningún
hotel decente. Mejor acampar.


Lunes

Guelatao

Pasando
a segunda, interminable sierra y paraí­so motociclí­stico. El amor llega a
Salvador por su GS y las maletas de la K saltan por los aires y aterrizan
esquiando.


      




Oaxaca

Tercera
sierra esplendorosa. ¿Serán realmente sólo 2,000 curvas?


Martes

Oaxaca

Descanso
y museos, mercado y comida tí­pica. Salvador toma la autopista al DF.


Miércoles

Miahuatlán

Otra
bellí­sima sierra más.


      




Candelaria

Una
noche de descanso.


Jueves

Bahí­a
de San Agustí­n (Huatulco)


Mar
y playa. Amaneceres y atardeceres. Arrecifes y mariscos. ¡Cuánta belleza!


Viernes

Bahí­a
de San Agustí­n (Huatulco)


Fue
difí­cil, pero sí­ logramos además de todo localizar quien cocinara como la
mamá de Sandy. Arrecife y peces de colores.


Sábado

Pinotepa
Nacional


Los
kilómetros y las sierras ya habí­an dejado su huella.


      




Rancho
“La Virgen”�


Con
escasos recursos, acampamos con vista al atardecer, sonidos de la noche
tropical y la cordialidad de los interesados habitantes del rancho.


Domingo

Cruz
Grande


Una
desviación para evitar Acapulco.


      




La
Unión -  El Limón -  Tierra Colorada


Resultó
ser otra excelente carretera de curvas moteras y con tramos muy bonitos.


      




Chilpancingo
-  Zumpango


Finalmente
una carretera amplia. Que trazado y superficie. Un último motelito y ratos
divertidos.


Lunes

Iguala
““ Taxco ““ Cuernavaca - DF


En
Iguala excelentes tortas y jugos. En Taxco paletas y aguas frescas. Paradas y
caminatas para descansar el esqueleto, antes de llegar a casa.


Salvador estaba ya muy listo para salir cuando lo encontramos en la gasolinera que acordamos a las 8AM en la colonia Del Valle. Aunque una hora más temprano hubiésemos evitado realmente el tráfico de salida de la ciudad, probablemente el tramo más peligroso y a mi modo de ver definitivamente el más tenso de los 2,000 kilómetros del recorrido, la salida por Zaragoza fue relativamente rápida y sin contratiempos.


La única caseta que pagamos en todo el viaje fue de $15, justo antes de la de Puebla, para evitar topes y tránsito de la salida e integrarnos ya a la federal y al mundo de las curvas, los paisajes, el aire fresco y el ritmo del viaje en moto. La elección para el desayuno en Rí­o Frí­o probó ser muy buena, con fruta y jugo de cortesí­a, antes de los tamales, atole y panes dulces. Ligerito, para comenzar el dí­a. Retomando la autopista, aunque sin pasar caseta, desviamos hacia Tehuacán por Tecamachalco, con una parada para refrescos y otra mucho mejor para comer mariscos. Todaví­a í­bamos las dos motos juntas y Sandy a cargo de aplicar su especial radar muy acertadamente, identificando pronto el mejor restaurante.


La pequeñita carretera hacia Teotitlán era ya la promesa de aventura”¦ o desastre. Parecí­a poca cosa, por lo angosto y triste de la entrada. El joven conductor de una de tantas “˜pickups”™
locales, sombrerudo y ranchero, aseguraba que la superficie no estaba tan mala y los paisajes bonitos. Algo a alguien habí­a que preguntar y escuchar para animarse. La realidad es que fue mejorando el paisaje, conforme empezaba a subir. Todaví­a la zona era relativamente árida, pero ya menos plana.



Teotitlán parece tener un solo hotel. Por $150 la habitación, con dos camas matrimoniales, todo nuevo y limpio, agua caliente y la vista desde un tercer piso al paisaje circundante, parece que elegimos el bueno. Por suerte que el único era el bueno, porque si no”¦ Este fue el inicio del acoplamiento del trí­o al viaje y su dinámica. Terminó en un barecito con tequilas y cervezas que resultaron en una Sandy tambaleante y unos tacos de suadero que ella y Salvador disfrutaron. Tal vez es bueno en ocasiones tener el discernimiento en pausa, para apreciar mejor lo positivo de las cosas disponibles. Yo me comí­ algo Bimbo salido de un paquete con mucha azucar.  En este punto es tal vez pertinente comentar sobre la economí­a del viaje. Prorrateado, cincuenta pesos por persona para alojamiento en este caso. Similarmente en otros. Aportamos cada quien $500 a un fondo común, para gastos generales, tales como comidas y alojamiento. La gasolina se pagaba por separado, así­ como gustos y otras compras de cada uno. Esto simplificó las cosas. Sumando comidas y hotelitos, generalmente muy económicos, gasolina y pocas cosas más, el costo por dí­a fue aproximadamente de $200 a $300 por persona. En casos menos. El asunto principal consiste en dedicar un poco de tiempo a ubicar el hotel o identificar el restaurante, sin decisiones precipitadas o hechas con la prisa del hambre o la hora, para lo cual es fundamental decidir parar a la hora y con la anticipación necesarias. En algún lugar las botas de Salvador pasaron por barro radiactivo, porque brillaban por la noche, cosa que nunca logró opacar las vistas estrelladas desde el hotel, a las que siguieron unas pocas dificultades con algunas abejas y unos dos tanques rastreros del pleistoceno que aparecieron con sus antenas y rompieron un poco el hilo de las últimas conversaciones del dí­a sobre filosofí­a, polí­tica y el Zen de la ruta motera, entre otros temas. Con todo, la salida sí­ se llevó a cabo a las 7 AM, gracias a unas leves descargas eléctricas estratégicamente aplicadas en partes sensibles a los integrantes de la partida que estaban tardando en levantarse a las 6am. (Algo positivo puede decirse de la temprana educación en el Kinder Schoole de la Gestapo del jefe de maniobras de este viaje.)


Inmediatamente después de Teotitlán, la parte seria del viaje, es decir todo el resto comenzó a tomar forma. Todaví­a con un paisaje ralo y seco, el hilo de curvas sin recta intermedia dieron pié a una pronunciada e interminable subida, entre la impresionante sierra. Era difí­cil encontrar donde parar para tomar una foto y reconocer el paisaje. Lógicamente Salvador pronto desapareció en la lejaní­a de la lí­nea de la carretera que se
podí­a discernir en las laderas de la montaña hacia delante. Para atrás los cambios de luz y sombra, la distancia y las formas del paisaje permitieron disparar la cámara muchas veces, todaví­a sin habernos percatado de que el contador de fotos estaba fijo e inamovible.



Algunos cientos de curvas más tarde, ya en un paisaje más verde, pasamos por un pueblito montado en la ladera de la montaña y con su mercado en plena actividad. Era obligado parar nuevamente a tomar algunas fotos de las cosas difí­ciles de identificar que se vendí­an y de las vestimentas y personas. Nadie hablaba en español y pocos indicios habí­a de la época en que se viví­a. Bien pudieran haber sido cincuenta o cien años atrás, juzgando por los colores brillantes y la forma de saludar, hacer la venta y conversar. Pronto seguimos adelante, con la idea de que tal vez Salvador estarí­a a poca distancia esperándonos para reunirnos y tomar un refresco.


En Huautla, bastantito más adelante en tiempo y distancia, encontramos finalmente a la GS ya con el escape y todo lo demás a temperatura ambiente, junto a una miscelánea. Salvador habí­a hecho ya amistad con el encargado y otro lugareño muy amables. Nos recomendaron un restaurantito que ubicamos un poco adelante, enteramente vací­o y desierto.
 

Sin atención por los reclamos del hambre galopante, seguimos con Salvador al frente, pronto a desaparecer, subiendo por la serraní­a, conforme todo se poní­a todaví­a más boscoso y bonito.


La carretera en ocasiones era muy buena y en otras repentinamente se hací­a un campo minado de baches y huecos.
Fue en una subida empinada, con un vado difí­cil de medir en su profundidad, inmediatamente después de un prolongado trecho de una superficie perfecta que con el diván, una vez habiendo soltado los frenos para equilibrar y preparar el inevitable golpe, al botar la llanta trasera sobre el borde superior de “El
Gran Bache
”, las tres (3) maletas traseras saltaron al aire y surfearon sobre el pavimento. Triste y sorpresiva vista por el espejo retrovisor, mismo que al menos hizo reconocer que estábamos solos en la carretera. Fueron necesarias algunas reparaciones menores, con un mecate, amablemente provisto por una agradable pareja anciana que habitaba el borde de esa carretera en una pequeña casa con inmejorable vista panorámica, pero también con el azote del viento que en ocasiones debe ser tremendo.



Haciéndole al fakir, perdimos una excelente oportunidad de nadar en las heladas aguas de un rí­o y cascada esplendorosos. El calor era bastante, así­ que eso parecí­a bastante apetecible. Igualmente las galletas y chuchulucos que ahí­ se vendí­an. Pero el
prospecto de que Salvador nos esperara en alguna parte, aburrido, hací­a de la responsabilidad de ser integrantes de un grupo viajero un obstáculo incómodo, como para tomarnos el tiempo necesario para la zambullida y descanso. Creo que para estas ocasiones es importante cargar al menos con una reserva enlatada de alimentos y bebidas que permitan un picnic improvisado, cuando toda otra oferta de comida falte. También acordar reuniones cada dos horas por lo mucho.



Poco adelante fue donde además de  reencontrarnos con Salvador, nos vimos frente al mar de nubes. En una de las bajadas de la sierra, porque hubo varias, así­ como nuevas subidas, tuvimos la  espectacular vista de una maravillosa alfombra de nubes. Cubrí­an toda la enorme cañada y uno naturalmente se imaginaba que serí­a una situación de niebla y 0% de visibilidad, al seguir la carretera que desaparecí­a en su interior. Esta fue probablemente la más increí­ble vista de todo el viaje. Claro que le tomamos toda una serie de fotos con la cámara de la que el cuenta fotos seguí­a tercamente fijo. Pero la memoria esta en nuestras mentes, grabada. También el hecho de que bajando de ese sol ardiente, una vez entrados en la zona nublada, antes que neblina llegamos simplemente a un bonito y fértil valle en el que el dí­a estaba”¦ nublado. Claro. ¿Qué esperábamos? Eran nubes ¿no? Y debajo de las nubes lo que hay es”¦ clima nublado. Extraño y al mismo tiempo
no tanto.



Adelante fue que la carretera que tení­a rato siendo un asfalto perfecto con un excelente trazado y peraltes desapareció. Se trata de la literalidad de la palabra. Antes que baches y hoyos, mala superficie o cualquier cosa similar, simplemente dejó de haber carretera. Ni siquiera podí­a hablarse de terracerí­a. Era simplemente campo traviesa. Salvador agradeció entonces sí­ venir montado en su todo doble propósito. A la veloz Honda deportiva de antaño posiblemente hubiéramos tenido que cargarla. Tal vez por estos trances y otros, unidos a la serie de larguí­simos tramos de curvas y carreteras de montaña que siguieron en los dí­as siguientes, fue que logró finalmente con este viaje acoplarse, si bien tal vez todaví­a no enamorarse de su GS, elegida de manera tan razonada y sobria como lo hizo.

Adelante siguieron tramos de excelente carretera en bosques maravillosos. Todo enteramente para nosotros. Como en todo este viaje, con todo y ser plena semana santa, encontramos después de Tehuacán y hasta Oaxaca mucho muy poco tránsito. En este tramo, como en otros, pasaba fácilmente media hora, a la velocidad que en esas curvas era posible viajar, sin ver ningún otro vehí­culo y en casos ninguna otra persona o casa.


Encontramos finalmente a Salvador junto a otra tiendita, acompañado de una grande, redonda y morena mujer platicadora que le hací­a amena la espera. Ella nos recomendó comer en la presa, algunos (¿cuántos?) kilómetros adelante. Ya nuestro entrenamiento de fakir habí­a hecho al hambre básicamente desaparecer; tal vez transformarse en un malestar y cansancio general. Antes que ser una enseñanza ésta de lo más adecuado para un viaje así­, creo que debiera ser un resguardo en su contra. Un régimen de desayuno (7-9am); almuerzo (10-12am); comida (13-15 hrs.); y cena (17-20 hrs.), además de descansos de unos quince minutos cada dos horas de manejo intermedio, serí­an a mi modo de ver lo más recomendable, para disfrutar mejor el viaje, la moto; paisajes y toda la experiencia. Además de ser tal vez más seguro, para un viaje largo, por los riesgos de manejar cansado o apresurado, un régimen así­ permite reintegrar al grupo regularmente, y decidir juntos las paradas, con sus correspondientes conversaciones o actividades otras, como por ejemplo zambullirse en el agua fresca.


Siguiendo en meditaciones, esto me hace pensar también que tal vez es preferible evitar el intento de uniformar velocidades medias, casi siempre al menos un poco distintas entre sí­. Buscar viajar muy juntos me parece que puede ser un error. Los que van atrás del lí­der de la fila de motos generalmente se apresuran, rompiendo los lí­mites naturales para su nivel y velocidad de manejo, por ejemplo al rebasar. Tienen así­ consecuentemente mayores riesgos. Viajando con más distancia unos de otros, cada uno toma su ritmo e incluso puede subir de nivel de manejo, si a eso atiende y aprende con el trayecto, y platicando en las paradas. Como la escalada en roca, yo considero que el deporte de la moto es un asunto básicamente solitario, entre uno y la roca, así­ como entre uno y el camino, por mucho que lo practique uno y aprenda en grupo.



En la presa encontramos a Salvador en un excelente restaurantito. Nuevamente los mariscos eran la especialidad. En esta ocasión tostadas de jaiba, filete y otras delicias fueron seguidas de un necesario descanso en horizontal, sobre el cemento de la ladera de la presa, con vista a las garzas y patos, y tapando con la espalda la entrada del hormiguero. (Al parecer esto confundió un poco a las que llegaban a casa.) Claro, todo acompañado de romántica música de trí­os de antaño, brisa, sombra y tranquilidad. ¿Qué más se puede pedir?


Pues según Salvador, unas paletas Holanda”¦ y eso justamente es en busca de lo que fuimos, hasta encontrarlas a la entrada de Tuxtepec. Luego de este dulce y frí­o festí­n, sin éxito para ubicar un hotel que nos agradara ahí­ o en el siguiente pueblo de Chiltepec, atravezamos tal vez un poco aprisa, ya casi al anochecer el más increí­ble y esplendoroso paisaje verde y tropical. Con la carretera que bordeaba el enorme y verde rí­o del Valle Nacional, cementerio del peor esclavismo de la época de Dí­az a inicios del siglo 1900[1], era difí­cil pensar que estuviéramos en temporada de secas. Este valle definitivamente merece un viaje aparte. Pocas veces he visto un lugar tan verde y bonito. Las señas de balnearios se siguen unas a otras a lo largo del camino. El agua verde del ancho rí­o a mi me atraí­a fuertemente. Pensar que en este valle parece llover casi todos los dí­as a lo largo del año me hace creer que debe ser una de las regiones más fértiles. Habí­a bellí­simos bosques plantados con hileras de árboles de hule y otros. El aire limpio y cristalino, húmedo pero agradable.


Llegados a la ciudad de Valle Nacional encontramos que tampoco habí­a ahí­ ningún hotel medianamente agradable. Aunque a Salvador las mujeres de la vida alegre lo buscaban acompañar, los decidimos por uno menos próximo a ellas, aunque similarmente simple. Ahí­ cayó muerto, con todo y el niño llorón de algún vecino. En este tipo de situación es generalmente bueno preguntar por posadas menos próximos al centro del pueblo. Con lo adecuado hubiera sido excelente acampar junto al rí­o, pero para eso no estábamos preparados. Luego de unos minutos de Ben Hur en la TV del hotel, Sandy y yo nos fuimos a la feria y terminamos subiéndonos a la rueda de la fortuna. Después de un hot cake con cajeta, chispas de colores, leche Nestlé y otros aderezos, regresamos a descansar.


Un excelente desayuno todaví­a en Valle Nacional fue el precursor de la siguiente tanda de 2,000 curvas, a decir de un lugareño que dijo haberlas  contado. Nosotros en cambio las disfrutamos, al grado de que al llegar a la entrada de Oaxaca Salvador terminó su espera al saludarnos narrando lo maravillosamente que se la habí­a pasado en ese largo tramo. Se trata de una carretera de montaña excelente. La subida parece nunca terminar y el paisaje va cambiando. La selva da paso al bosque de coní­feras y termina uno estando en los Alpes. En el mirador del punto más alto fue donde descubrimos la falla en la cámara. Sí­, efectivamente, al final era extraño que un mismo rollo pudiera tener más de cien fotos. Descansamos brevemente con vistas espectaculares y abandonamos la idea de encontrar a Salvador esperándonos para comer. Paramos en un comedor que parecí­a razonable. Más adelante, cuando decidimos otro descanso para tomar agua fue en un
restaurante más bonito, montado en otro punto alto de la sierra. Este hubiera sin duda sido mejor elección, juzgando por la vista del contenido de las cacerolas. Era el tipo de lugar ideal para una parada, porque la primera moto que quedara estacionada ahí­ estarí­a situada sin posibilidad alguna de evitar ser vista por los demás.



En Guelatao, ya habiendo abandonado por completo la perspectiva de compartir alguna de las paradas, Sandy y yo decidimos ver un poco la final del torneo de basquetbol infantil; visitar el museo dedicado a Benito Juárez y escuchar un poco a la banda, antes de continuar hasta encontrarnos los tres a la entrada de Oaxaca. Aquí­ fue donde escuchamos la reseña en la que Salvador se expresaba ya muy positivamente sobre su GS, a diferencia de otras ocasiones en que más bien añoraba el sonido del motor de la Honda. Hablaba de los ágiles cambios; lo dócil y fluido del tenderla en cada curva. En general, el nirvana motociclí­stico de las curvas y el asfalto. Incluso se refirió a un armónico ronroneo del motor. El camino saliendo de Valle Nacional a las 9:30am terminó a las 16:30 en Oaxaca. En el centro nos topamos con las motos de Pericles y Lalo, llegados por la libre de Cuernavaca y Cuautla. Al tiempo que exploramos posibles hoteles, los buscamos y finalmente nos encontramos todos y acordamos cenar más tarde juntos.


Tanto como la noche en un hotel menos económico y más elegante, todo el siguiente dí­a también fue de descanso. Visitamos el excelente museo de las culturas y antropologí­a y el de arte. Un error esa noche fue cambiarnos a otro hotel menos costoso pero mal elegido, para a la mañana siguiente separarnos. Salvador decidió ya acortar el viaje regresando por la autopista a México y Sandy en cambio propuso seguir hacia Huatulco. Otra alternativa era regresar por la federal ví­a Cuautla y Cuernavaca. Habí­amos perdido contacto con Pericles y Lalo, mismos que estaban en la frecuencia de un encuentro entre artistas y fotógrafos en el que la noche anterior sentimos desfavorables circunstancias para integrarnos realmente. Salvador salió como a las 9am y seguramente llegó por el medio dí­a a México.

El camino a Huatulco es atravesar otra sierra enorme. Habí­a más tránsito, consistente principalmente de cadenitas de tres o cuatro autos, tras de algún camión o camioneta lenta. Una vez habiéndolos sorteado en cada caso, generalmente seguí­a un largo tramo de tranquilas curvas solitarias. En el punto tal vez más alto de esa sierra, ya nuevamente en otro enorme bosque de coní­feras, paramos con idea de descansar en la hamaca, pero fuimos abordados por una horda de niños que nos enseñaron algunas palabras en ¿otomí­? Nos tomamos fotos con ellos, copias de las cuales prometimos enviarles[2]. Platicamos y pasamos un bonito rato, antes de continuar y parar más adelante en un lugar menos propenso a la plática y curiosidad locales, propio para el descanso en hamaca. Apropiado en este caso significó una curva frente a una escarpada ladera con vista a la sierra en que descansamos suspendidos entre dos árboles sobre un piso con 45º de inclinación. El viento me parecí­a tan agradable como la vista y Sandy cayó exhausta casi inmediatamente. Es importante la comodidad en un descanso, incluso si es de sólo quince minutos. Ese breve tiempo es absolutamente renovador. Aunque en realidad, tras de no una ni dos ni tres sierras solamente, descansado, lo que es descansado realmente en realidad uno no queda sino hasta varios dí­as después de terminado el viaje.


Antes de llegar a la costa comenzó a oscurecer y decidimos parar la noche en un hotelito con el que nos topamos. Sencillo pero con agua fresca para bañarnos y un vecino gringo que me platicó de su vida errante en Bolivia, Guatemala y México. Llegamos al crucero temprano y encontramos que la terracerí­a que ahí­ mismo comenzaba era justamente la que lleva a la Bahí­a de San Agustí­n. Luego de unos 20 kilómetros de lento tránsito en la seca brecha llegamos a la playa. Por darle paso a una camioneta, quedamos varados en la arena, pero con ayuda pronto salimos y llegamos ya a un buen lugar en la sombra para parar, junto a una palapa al final de la playa. Nos fuimos a caminar y descansar. Ese lugar es seguramente la última bahí­a de Huatulco que todaví­a sigue siendo sencillamente de palapas y playa. Aunque habí­a bastante turismo campista, estaba bastante agradable y con amplios espacios entre unos y otros, incluso siendo plena semana santa. El arrecife ahí­ comienza a unos metros de la playa y sigue siendo maravilloso, a pesar de la desgracia de las motos acuáticas y otros motores que lo destruyen con su vibración.


Ese y el próximo dí­a fue de caminatas, atardeceres frente al mar y vistas del vuelo y formaciones de pelí­canos. Subidos en una roca admirando el mar Sandy y yo terminamos siendo aventados y arrastrados por una ola. Pero entre paseos descubrimos también finalmente un lugar en que la señora cocinaba, sí­, efectivamente, tan bien como su mamá o casi. Muy sabroso y casero, aunque habí­a que caminar para llegar al lugar en la zona del caserí­a aledaño.


Saliendo al dí­a siguiente hacia Pinotepa Nacional, estábamos ya con deseos de terminar el viaje, pero aún muy lejos de casa. Cuando ya atardecí­a, decidimos acampar, entre otros motivos por estar la situación financiera ya muy mermada. Entramos por una terracerí­a hacia una rancherí­a y ubicamos ahí­ un terreno entre Bugambilias y una bonita vista hacia el atardecer. Habiendo obtenido la autorización de la familia dueña del terreno, nos vieron curiosamente colgar nuestra hamaca de campamento, analizando el mosquitero y comentando que efectivamente, habí­a bastante mosquito. En lugar de aceptar la cena e interés por convivir y compartir de la familia en cuestión, Sandy declinó la oferta mientras yo todaví­a estaba instalándonos. Los rodeamos de raidolitos humeantes contra los mosquitos y recostados admiramos el paisaje, leyendo un poco antes de dormir.



Poco adelante encontramos el punto en que la carretera de la sierra que viene de Putla desemboca. Esa también es una maravillosa ruta que se desprende de la federal que va de Cuautla a Oaxaca. Partiendo de Tepescolula, poco antes de Nochixtlán, lleva por una sierra y variados paisajes. En un viaje anterior el circuito que nos hubiera llevado a regresar también por Cruz Grande-Chilpancingo-Iguala-México lo cortamos, regresando nuevamente por Pochutla, Cuautla y México. Llegando por la de cuota a Nochixtlán y tomando esa sierra serí­a una excelente ruta también.


En Cruz Grande tomamos la carretera hacia Tierra Colorada para evitar pasar por Acapulco. Nos encontramos con que ese es también un camino bonito. El largo camino andado, el cansancio acumulado y la falta de tiempo impidieron en esta ocasión realmente conocer y disfrutarlo mejor. En tramos, la superficie es mala. En otros es impecable y el trazado y peralte también. Hay algunos lugares para quedarse y unos pocos
balnearios. Nosotros terminamos por parar la noche pasando Chilpancingo en un hotelito limpio y de amplias habitaciones en Zumpango. La pasamos divertido y tranquilo. Al dí­a siguiente tomamos el camino con calma, parando para comer unas tortas en Iguala; helados, agua fresca y una caminata por los callejones del centro en Taxco. Llegamos por la federal de Cuernavaca al atardecer, para finalmente dormir en casa, molidos eso sí­, pero con un maravilloso viaje como experiencia. Las imágenes y los lugares regresan a la mente. El deseo de repetirlo también, aunque tal vez lo mejor serí­a dividir el trayecto en dos viajes separados, como sabiamente lo hizo Salvador al separarse y regresar por autopista de Oaxaca.



Este es un paí­s enorme, bellí­simo, inacabable para viajar en moto. Esta cubierto de selva de temporal, por lo cual es justamente en la época de lluvias que ahora comienza que los paisajes se hacen más esplendorosos. El agua refresca la tarde, moderando el calor y las noches. Creo yo que es la mejor época para viajar, así­ que”¦ ¿Cuál es la ruta y el plan de viaje? Y en esta ocasión ¿Quiénes más se apuntan?





[1] Kenneth Turner, John, Cap. “IV - Los esclavos contratados de Valle Nacional” y “V - En el valle de la muerte”,
México bárbaro, p. 49-84, Serie Sepan Cuantos No. 591, Edit. Porrúa, México,
DF, 1994. (Véase vínculo a texto completo en la sección de vínculos de este blog.)


[2] Antonio Cruz Hernández, Rí­o Molino en San Miguel, Municipio de San Miguel, Oaxaca.

2021-02 R1200RT Y se quemó el alternador...

 Pues resulta que regresando del último paseo, el indicador de batería se prendió en amarillo y al rato en rojo. Sin hacer mucho las pruebas...